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El primer acto nos presenta una raza temerosa, escondida y aislada. Las viñetas panorámicas que en posteriores episodios identificados batallas espaciales, peleas multitudinarias o celebraciones de importancia interplanetaria, nos muestran en estas primeras páginas la soledad de los gobernantes que no saben muy bien cómo proteger a su pueblo de unos humanos que no los aceptan.
En esta tesitura aparece Dios, en la forma de Ronan el Acusador, y les revela a los Inhumanos su origen, su relación con los Kree, y el sentido de su existencia. Pero Ronan no es un Dios bondadoso, preocupado por el bienestar de su creación, sino un orgulloso guerrero que busca recuperar el viejo esplendor de la raza a la que pertenece, por el bien de su pueblo, sin duda en esclavizar a unos seres que considera inferiores. Una esclavitud que Rayo Negro, también en aras de su pueblo, acepta casi sin oponerse.
Pero como dije antes, esto no es un tebeo Marvel al uso, Ronan no utilizará a Attilan y sus habitantes como fuente de energía para algún tipo de máquina aniquiladora de planetas, que los héroes puedan destruir en el último minuto ayudados por algún aliado inesperado, pongamos como ejemplo a Estela Plateada. No es este el caso.
A partir de ahora veremos a Rayo Negro, a su esposa Medusa y a Gorgón, así como a Karnak y a Tritón, convertirse en espías, en peones, curiosa situación cuando siempre los habíamos visto bajo el prisma de la realeza. Ahora serán marionetas en una conspiración que busca provocar una guerra entre el Imperio Shi´ar y los Spartoi, dos razas poderosas en expansión. En lugar de las habituales peleas entre superhombres, que las hay, aunque en menor medida a la esperada, asistiremos a una serie de intrigas palaciegas donde los conspiradores pueden ser también manipulados, y los que están de lado de la libertad y la justicia, como El heredero Spartoi, Jason Spartax, facilitan involuntariamente el camino que lleva a esa guerra buscada por algunos.
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